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El cambio no llega con Sergi y el Barça prolonga su caída.

El fútbol acostumbra a ser transparente. Ya en la pira Ronald Koeman, y a la espera de que Xavi Hernández deje Qatar para convertirse en algo así como un Mesías, el Barcelona continúa callejeando con lo que tiene. Ya saben, un puñado de adolescentes, y también unos cuantos veteranos que ya apenas responden. La revolución del interino Sergi Barjuan no fue tal, y el Alavés no tuvo más que ser un equipo ordenado para arrancar un empate en el Camp Nou en su único tiro entre palos. La del Barça es ya una tristeza sin lágrimas. La que no marcha. La que más duele.

A Sergi siempre le acompañó la extrema contradicción. Amaba como pocos al Barça, equipo del que acabó siendo capitán. Pero en el Camp Nou acabaron mofándose de él cuando dejó de correr como solía. El pie izquierdo debía ser su seña de identidad, pero buena parte de sus goles, casi todos geniales, nacieron en el derecho. Sergi, que siempre creyó estar en el lugar adecuado, pero en el momento más inoportuno, tuvo también la noche con la que sueñan todos los futbolistas. En Eindhoven, en cuartos de la UEFA. Otra vez la contradicción. Aun siendo diminuto, voló para robar una pelota con la cabeza. Recorrió todo el campo. Se topó con el portero Waterreus. Se sobrepuso. Recortó a Numan. Y marcó. Y se sintió un héroe. Pero aquel Barça de la temporada 1995-96, como éste, ya tocaba fondo pese a asomar la Quinta del Mini. En diez días perdió los tres títulos. Y dos meses después de aquel gol de Sergi, Johan Cruyff era despedido por el ex presidente Núñez tras su discusión a sillazos con Joan Gaspart.

POCOS CAMBIOS
Nunca fue sencillo asumir el fin de una era. Y Sergi, consciente de que sólo está de paso, dejó el problema de la revolución para otro. Su primer once inicial podría haberlo firmado Koeman. Nueve de los futbolistas que se alinearon de inicio en el desastre de Vallecas volvieron a asomar de inicio. Los dos únicos cambios fueron casi obligados. Mingueza ocupó el lateral ante la lesión de Sergi Roberto, y Gavi ocupó el interior izquierdo tras la tremebunda actuación de Coutinho ante el Rayo. Siguió en su línea el brasileño cuando le tocó sustituir a Agüero. Lo suyo no tiene remedio.

En cuanto a la pizarra, el 4-3-3. Pero de la promesa hecha por Barjuan en la víspera, -«intentaré que vuelva la alegría»-, no hubo rastro. Normal.

No le costó demasiado al Alavés de Javi Calleja controlar a un Barcelona que, al menos en los primeros minutos del partido, sacó cierto dinamismo gracias a la constante búsqueda de espacios de Nico González y Gavi desde los interiores. Pero los acercamientos todavía escaseaban. Un testarazo de Eric García a la salida de un córner fue rechazado por Sivera. Ya no volvió a inquietar el Barça hasta la antesala del descanso. Fue Memphis, que en todas estaba, quien comenzó a ensayar los disparos.

A falta de continuidad en el juego, ese Camp Nou en el que la afición ha dimitido harta de tanta degradación (37.278 espectadores) tuvo que interesarse por los accidentes. Calleja cambió al lateral derecho por la lesión de Ximo Navarro. Y Sergi vio con inquietud cómo el Kun Agüero debía retirarse. El delantero, desconcertado y con la mirada perdida, se llevaba la mano al pecho camino a la enfermería. Ya en el hospital fue sometido a un estudio cardiológico.

Es tan poco fiable este Barcelona que ni siquiera logró coger la buena ola del inicio del segundo tiempo. Memphis, en pleno nirvana, ahuyentó demonios con una rosca desde el vértice a la red. La ventaja duró tres minutos. Lo que tardaron Rioja y Joselu en dejar en evidencia a Busquets y Piqué en la frontal. Rioja entró con las manos en los bolsillos en el área para desorientar a Ter Stegen y atrapar el empate.

No quiso quedarse el Barça de brazos cruzados, y encontró en el ansia competitiva de Nico y Gavi motivos por los que creer. Fue Gavi quien asistió a Memphis en una acción que el neerlandés se quedó a un palmo de culminar. Picó la pelota, pero el palo fue una frontera infranqueable.

Riqui Puig tuvo sus minutos. Balde y el debutante Abde pidieron la vez. La buenaventura se fía a niños que nada tienen que ver con lo que está ocurriendo. Y no hubo manera. El desastre no se corrige en dos días.

Fuente: El Mundo.

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