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México celebra el Día de Muertos con la mascarilla puesta.

Un ejército de bailarines, acróbatas, esqueletos danzantes y carros alegóricos han desfilado este domingo por la capital mexicana para inaugurar las celebraciones del Día de Muertos. Sin dejar de lado la mascarilla, miles de personas han podido acercarse a disfrutar en vivo de este espectáculo multitudinario que, por un momento, ha hecho olvidar a los presentes las múltiples restricciones con las que vivirán, un año más, las fiestas más tradicionales de su cultura. La aplicación de la ‘ley seca’ y el cierre de algunos cementerios han obligado a trasladar los festejos al interior de los hogares, donde las familias levantan altares en homenaje a sus difuntos y reafirman su particular relación cultural con la muerte.

Mientras que la mayoría de culturas afrontan este proceso vital con luto y recogimiento, la sociedad mexicana despide y recuerda a sus difuntos con grandes celebraciones familiares en las que participan hasta los más pequeños de la casa. Según explicó el poeta mexicano Octavio Paz, «nuestro culto a la muerte es un culto a la vida». Esta filosofía vive su particular catarsis los días 1 y 2 de noviembre, cuando los cementerios se convierten en lugares llenos de vida. Familias enteras se reúnen en torno a las tumbas de sus difuntos para limpiar y decorar sus lápidas y ofrecerles sus canciones y tragos favoritos; todo ello bajo la creencia popular -ejemplo de la herencia híbrida de las culturas prehispánica e hispana- de que en estas fechas los muertos pueden regresar al mundo de los vivos.

A María Eugenia nunca le entusiasmó en exceso participar de las tradiciones del Día de Muertos, lo hacía a regañadientes por insistencia de su madre, «muchas veces nos obligó a pasar la noche entera en el cementerio», según explica a este diario. Este año la visita al camposanto era obligada, su madre falleció en septiembre del 2020 víctima del coronavirus y ahora ella ha decidido mantener viva la tradición familiar. Mientras sus dos hijos, de 6 y 9 años, decoran con pétalos anaranjados la tumba de la abuela, María Eugenia confiesa haber encontrado finalmente el sentido de estas costumbres, «si mi madre nos estuviera viendo ahora sé que le haría muy feliz. Venir aquí no solo es para limpiar su lápida, es para recordarla, escuchar sus canciones y mantenerla viva con nuestros recuerdos».

Como María Eugenia y sus hijos, millones de mexicanos han adelantado sus visitas a los panteones familiares ante el cierre anunciado de cementerios para los días 1 y 2 de noviembre. Es el caso del Panteón Xilotepec, ubicado al sur de la capital mexicana, cuyas puertas cerrarán por completo en estas fechas tan señaladas. En la víspera del Día de Muertos, una muchedumbre se agolpa ante sus puertas intentando sortear el filtro instalado por la Policía. Para evitar aglomeraciones, las autoridades han decretado la prohibición de que ingresen grupos de más de cuatro personas y grupos de riesgo, como embarazadas, mayores de 65 años o menores de 12.

Para garantizar el cumplimiento de estas medidas de prevención, más 1.700 agentes de policía respaldados por helicópteros y personal sanitario han sido desplegados en los 120 panteones civiles de la capital mexicana. Además de las restricciones de acceso, para evitar fiestas o aglomeraciones, las autoridades también han decretado la ‘ley seca’ en toda la ciudad y la prohibición de ingresar a los cementerios con bebidas alcohólicas o bandas de música. Esta última restricción afecta especialmente a mariachis como Juan Paredes, quien ha logrado esquivar los controles de acceso al panteón Xilotepec ya que, según explica, «participo en marchas a favor del alcalde y me dieron chance».

Paredes se coloca unas tiritas en las yemas de sus dedos para evitar que el roce con las cuerdas de la guitarra le abra más heridas y reconoce avergonzado que «esto nunca me pasaba, pero estos años hay tan poca chamba (trabajo) que mis dedos se han vuelto más sensibles». Este mariachi sexagenario forma parte de un grupo de música norteña que se gana la vida en la reconocida Plaza de Garibaldi de la capital mexicana, donde lamenta que «la pandemia nos ha arruinado a todos». Ahora prueba suerte en solitario en cementerios, donde las familias lo contratan para tocar las canciones favoritas de los difuntos. Hoy lleva dos ‘conciertos’ y le esperan en otro, pero lamenta que «son migajas, antes de la pandemia pasábamos la noche en el cementerio y ganábamos mucho más».

Según anunció la Secretaría de Turismo, en el año 2019, las festividades por el Día de Muertos dejaron una derrama económica en México equivalente a 800 millones de euros. Mariachis, vendedores de flores, artesanías o disfraces, agricultores, hosteleros, todos se veían beneficiados por una celebración a la que acudían cerca de 8 millones de turistas y que, en los últimos dos años, se ha visto reducida a su mínima expresión debido a la pandemia.

Aunado a las pérdidas económicas, las restricciones sanitarias han impedido que la sociedad mexicana afronte el duelo como dicta su tradición, probablemente cuando más lo necesita. México atraviesa uno de los años más mortíferos de su historia reciente. La violencia endémica que padece el país ha dejado, desde enero de 2020 y hasta la fecha, 56.000 asesinatos, mientras que el coronavirus ha provocado la muerte de 288.000 personas, cifra que podría elevarse a las 440.000 según denuncian los conteos de actas de defunción. En un claro ejemplo de la manera en la que la sociedad mexicana afronta la muerte, las autoridades han decidido que el lema de las fiestas de este año sea ‘Celebrando la vida’.

Fuente: El Mundo.

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