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Mujeres y niños huyen de Ucrania en colas de cien kilómetros camino de Polonia.

Cien kilómetros de coches a la espera de pasar a Polonia se acumulan en el lado ucraniano del paso fronterizo de Dorohush, también en el de Medyka y el de Khrebenno, donde familias y amigos llegados en su mayoría de Varsovia, pero también con matrículas de Alemania de Chequia o de Lituania esperan con impaciencia a los que huyen de la guerra.

Son mujeres y niños. Llegan cargados de maletas y de juguetes, pero sin maridos o padres, puesto que el gobierno de Volodímir Zelenski ha prohibido la salida de todos los adultos en edad de combatir como si con ello pudiera hacer frente a la potencia de fuego descomunal del ejército ruso.

Los que llegan como refugiados a Polonia son ya familias rotas.

Al borde de la barrera de Khrebeno, los Kotelu, ucranianos pero residentes en este país, esperan a su nieta Anastasia y a su bisnieta Kristina de solo 3 años, maldicen a Vladímir Putin y se aguantan las lágrimas a partes iguales. Venidos de Radom, a 300 kilómetros, han viajado de noche para recibir a las suyas y alejarlas de este flanco en peligro cuanto antes. «Somos la última frontera de la OTAN», dicen con orgullo refiriéndose a la Polonia que les acoge.

Los lazos entre los dos países son profundos. Si el pasado otoño Varsovia jugó un comprometido papel internacional al cerrar sus puertas a miles de refugiados iraquíes y sitios artificialmente empujados por Bielorrusia a sus fronteras, en este caso las directrices del Ministerio del Interior son alojar a tantos ucranianos como lo necesiten.

Para ello, en territorio polaco ya se han preparado hace semanas nueve centros de recepción en los que se espera la llegada de miles de desplazados, si bien las previsiones oficiales son que podrían ser hasta un millón.

Fuente: ABC.

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