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Putin, el autócrata que quiere eternizarse.

Vladímir Putin nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado (actual San Petersburgo). Se licenció en Derecho en 1975 e ingresó después en los servicios secretos soviéticos, el KGB, en donde aprendió alemán. Fue enviado a la Alemania del Este (RDA) en 1985 con la misión de espiar y reclutar agentes. Llegó a alcanzar el grado de coronel.

En la primavera de 1990 regresó a Leningrado y fue consejero del alcalde, Anatoli Sobchak. En 1996, el entonces presidente ruso, Borís Yeltsin, invitó a Putin a trabajar en la administración del Kremlin. Sus siguientes nombramientos fueron director de FSB (antiguo KGB), en 1998, y el de primer ministro, en 1999. Fue elegido presidente de Rusia en el año 2000 y reelegido por cuarta vez en marzo de 2018.

Se vanagloria de haber logrado que su país superara la crisis económica y política abierta tras la desintegración de la URSS, pero lo hizo al precio de cercenar derechos, perseguir a la oposición y concentrar enormes poderes en sus manos y en las de los servicios secretos.

Putin, un nostálgico de la época soviética, presenta a su país como una ‘fortaleza asediada’ a la que hay que defender a cualquier precio. Considera a Occidente culpable de la desintegración de la URSS, no a la corrupción y al desbarajuste interno del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y está convencido de que Estados Unidos ansía hacerse con las riquezas naturales de Rusia.

El actual jefe del Estado ruso, al igual que su homólogo bielorruso, Alexánder Lukashenko, se cree imprescindible para su país. Considera que solo él está en condiciones de hacer frente a los múltiples ‘enemigos’ y desafíos que tiene Rusia. Con esa idea justifica su enorme apego al poder. En enero de 2018 impulsó por sorpresa una reforma constitucional que culminó en una votación y en la aprobación de una nueva Carta Magna cuya principal particularidad es que contiene una cláusula para que Putin pueda continuar al frente del país dos mandatos más, hasta 2036.

Un elemento que inquieta a los politólogos rusos, al considerarse un indicador de que el presidente tiene intención de perdurar de forma vitalicia, es que nunca quiere hablar de a quién podría transferir el poder. La presentadora de la cadena CNBC Hadley Gamble le preguntó a Putin sobre su posible sucesor y éste declinó responder, ya que, según sus palabras, «hablar de estas cosas es desestabilizador (…) la situación tiene que permanecer tranquila, estable, para que los órganos del Estado, sus estructuras puedan trabajar y mirar serenamente hacia el futuro». Gamble le espetó que si su intención es permanecer en el poder hasta los 84 años, a lo que el presidente ruso respondió sin más que «la Constitución me permite presentarme al próximo mandato, aunque no he tomado todavía ninguna decisión al respecto».

Su lucha contra oposición
Putin ha intensificado como nunca antes la lucha contra la oposición aprobando leyes que impiden a las formaciones críticas con el poder participar en la legítima lucha política, presentar sus candidatos a los comicios y aparecer en los medios de mayor difusión para lanzar sus mensajes. La OSCE sostiene que el sistema electoral ruso no cumple los estándares democráticos mínimos.

Además, el número de presos políticos va en aumento y siguen sin esclarecerse numerosos asesinatos de políticos y periodistas. Baste recordar a Anna Politkóvskaya y a Borís Nemtsov. La prensa independiente tampoco vive sus mejores momentos, acosada por leyes restrictivas como la de ‘agente extranjero’ y con reporteros encausados por la Justicia.

Pero, al mismo tiempo, el presidente ruso trata de mostrarse como un dirigente enérgico y de decisiones drásticas, incluso autoritarias, pero moderno, sensible a los problemas de la población y respetuoso con los valores tradicionales.

Esta hoja de ruta, que Putin presenta una y otra vez como el núcleo de su acción política y diplomática, no es nueva. Lleva tiempo reiterando el mismo enunciado. Lo ha hecho una vez más con alguna que otra actualización el pasado 21 de octubre en el Foro de Valdái, llamado así por el lugar de Rusia, situado a medio camino entre Moscú y San Petersburgo, en donde nació esta mesa de discusión política, aunque en esta ocasión se celebró en Sochi.

Afirmó que el capitalismo está en crisis. «Todo el mundo dice que el modelo de capitalismo existente (…) se ha agotado», subrayó Putin en su intervención y añadió que tal circunstancia «acrecienta las desigualdades sociales» en el mundo. Todo ello, a su juicio, está llevando «al ascenso del extremismo y a la migración incontrolada».

El jefe del Kremlin también denunció en su alocución «el dogmatismo agresivo –vigente en Occidente– rayano con lo absurdo».

«Contrarrestar el racismo es algo necesario y noble, pero en la nueva cultura de la cancelación se convierte en una discriminación inversa. El énfasis obsesivo en la cuestión racial divide aún más a la gente», estima Putin, quien también considera «una fantasmagoría total» el debate sobre los derechos de género.

El dirigente ruso criticó a Occidente por «el borrado agresivo de páginas enteras de su propia historia, la discriminación inversa de la mayoría en interés de las minorías o la exigencia de abandonar la comprensión habitual de cosas tan básicas como mamá, papá, familia o incluso la diferencia de género». Frente a ello, Putin propone un «conservadurismo saludable», racional, basado en los valores espirituales y en la tradición.

Fuente: ABC.

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