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La resistencia de Odesa y su escalinata, el símbolo ruso contra los tiranos.

Karl Marx dijo una vez que la historia se repite dos veces a lo largo del tiempo, primero como tragedia y luego como farsa. Entre la farsa y la tragedia se mueve precisamente la invasión de Ucrania por el Ejército ruso, que puso su mira en el estratégico puerto de Odesa, que todavía resiste los amagos de envite de Putin igual que el resto del país de Zelenski, en pie de guerra pero sin desfallecer pese a las circunstancias. La ciudad a orillas del Mar Negro, que encajó tímidos ataques rusos antes de que sus fuerzas flaquearan, es archiconocida en la historia del cine gracias a la película soviética ‘El acorazado Potemkin’, un alegato contra los tiranos y, de manera inesperada para quienes encargaron esta cinta propagandística, también un manual sobre la necesidad de rebelarse contra la autoridad cuando las órdenes son injustas.

Sin ir más lejos, como replicando el argumento del filme soviético, hace dos semanas 600 marineros rusos se negaron a desembarcar para combatir en Odesa, según Kiev. La historia se repite dos veces, pero a menudo también es irónica.

El director letón Serguéi M. Eisenstein, que reinventó las formalidades del cine con planos y ángulos revolucionarios y nuevos recursos narrativos, filmó una película basada en la rebelión de un acorazado en 1905 que, poco a poco, se extendió al resto del país. Los rebeldes se hicieron con el control del barco y los habitantes de Odesa les apoyaron con consecuencias letales para sus vidas, aunque no de la manera en la que lo retrata la película. «No existió la masacre zarista en las escaleras de Odesa… es irónico que Eisenstein lo haya hecho tan bien que en la actualidad muchos crean que en realidad ocurrió». Los sucesos reales no importaban, solo la técnica, como precisó el crítico Roger Ebert.

El carrito de un bebé
‘El acorazado Potemkin’, un prodigio de montaje que se estrenó en 1925 para conmemorar el aniversario del fallido golpe revolucionario, está compuesta por más de mil planos, pero bastó solo uno para agitar la memoria para siempre. El de un carrito de bebé que se desliza, sin freno y a su suerte, por las 200 escaleras de la ciudad portuaria tras el ataque de las autoridades zaristas contra la multitud, en la secuencia más poderosa e icónica de la cuarta historia del filme.

Una escena asfixiante que solo ocupaba tres páginas en el guion original pero que ha sido replicada por Brian de Palma o Woody Allen; un fotograma convertido en símbolo, también mudo como la película, de la guerra. El horror a veces se rueda en blanco y negro y explota sin necesidad de palabras. El cochecito, que cae con angustiosa lentitud por las escaleras de Odesa, tiene su triste eco en la actualidad con el lento pero inevitable avance de las tropas de Putin, que oprime agónicamente a la Ucrania de Zelenski.

El maestro lo resumió así: «El patetismo, con la sucesión y cambio constante en las cualidades de la acción, genera en el espectador una emoción que lo lleva a realizar mediante un proceso psicológico una reflexión intelectual de acuerdo al tema propuesto».

Casi un siglo después de que Eisenstein retratara, por encargo y con licencias narrativas, los abusos de un líder despótico como el zar, la historia se repite en otra guerra de humildes contra humildes. Los soldados rusos, en gran parte jóvenes que estaban haciendo la mili, sufren el horror de un conflicto total para el que ninguno parecía debidamente advertido; sienten en sus carnes los estragos, como la tripulación del acorazado Potemkin, de comida escasa y estropeada debido a los fallos en la red de suministro ruso y reciben órdenes implacables de atacar a otros soldados, igual de mal pagados y tratados que ellos, cuando no directamente a la población civil.

Ante la incertidumbre de si Rusia tendrá la fuerza suficiente de atacar la estratégica Odesa, las fronteras cambian, las naciones mutan, el cine se digitaliza, pero los tiranos siguen siendo tiranos, da igual que se llamen Nicolás II, Stalin o Putin.

Fuente: ABC.

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