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Cuando careces de tantas cosas, correr es un medio para subsistir: Héctor Garibay

Tras cruzar la meta, los kenianos miraban mi registro y se frotaban los ojos; estás loco, decían al ver el tiempo que hice, narra a La Jornada desde Bolivia.

Son las seis de la tarde y el sol empieza a ocultarse en Oruro, a 3 mil 735 metros de altitud. Sentado sobre una silla de madera con pequeños estribos delanteros para poner los pies, Héctor Garibay sospecha que el dolor es un encargo difícil, una cicatriz que se oculta debajo de su ropa. Muy pocos recuerdan a un atleta con su velocidad en el Maratón de la Ciudad de México. Como los rayos y los truenos, el bolivia-no era una fuerza de la naturaleza. Algunos de sus rivales intentaron divisarlo en los kilómetros más difíciles, pero lo perdieron, se olvidaron de él a mitad del camino.

“Cuando crucé la meta, los kenianos miraban mi reloj y se frotaban los ojos. ‘¿Cómo vas a correr así?’, ‘Estás loco’, me decían. No podían creer el tiempo que había hecho (2:08.23)”, relata a La Jornada desde Bolivia, después de lograr lo que nunca hizo nadie.

La casa de Garibay es tan pequeña que sólo puede dormir con uno de sus seis hermanos. En un espacio más amplio, en Cochabamba, a unas cuatro horas de distancia por carretera, están sus padres, su esposa y su hijo pequeño. Ellos saben el sufrimiento que vivo en los entrenamientos, lo difícil que es controlar la mente y el cansancio, afirma mucho más serio, con la mirada fi-ja de un francotirador.

¡Ya tronaste a los africanos!

“Después de competir en México, estaba enojado. Me había endeudado mucho, porque no recibo apo-yo de ningún lado para costear via-jes y gastos. Es una pelea que tenemos desde hace tiempo mi entre-nadora y yo, porque desde el año pa-sado nos deben la beca olímpi-ca y eso me frustra. Sabía que iba a luchar algún puesto, pero no que rompería el récord. Durante el recorrido sólo escuchaba ‘¡vamos, boliviano, ya tronaste a los africanos!’, la gente me hizo olvidar lo malo”.

Cada vez que mira videos de su llegada al Zócalo, la mente del campeón viaja hasta el kilómetro 20, ese momento en el que los kenianos Rhonzas Kilimo, Daniel Kiprotich y Edwin Kirpop Kiptoo quisieron rebasarlo sobre calzada Chivatito, pero se les puso por delante. Su sonrisa era una advertencia. Un mensaje entre líneas que anunciaba al pequeño ejército africano que todo estaba bien, aunque nada de eso estuviera en sus planes.

En un maratón, los cambios de ritmo se dan a partir del kilómetro 30 o 35, hacerlo antes es muy arriesgado, reconoce. “Cuando aceleré y me quedé solo dije: ‘ya la regué’. No quería ni ver cuánto faltaba. Hubo momentos en los que pensé que no podía más, no soportaba el dolor en los pies y empezaba a desesperarme. Pero cuando uno necesita tantas cosas para su familia, la mente es capaz de asimilarlo todo”.

Garibay aprendió de su entrenadora Nemia Coca, ex atleta multicampeona en carreras de fondo, que la mejor receta para un maratonista es ser cauteloso, desarrollar la velocidad con competencias de medio fondo y luego la resistencia con el maratón. Mientras los niños del campo en Bolivia fortalecen sus piernas por la necesidad que tienen de caminar a la escuela, traer agua o conseguir leña, él lo hace a pleno sol, a veces incluso a menos seis o 10 grados centígrados cuando llega el invierno a las montañas.

Soy un corredor que empezó tarde. No tengo marcas juveniles ni tiempos buenos en pista. Gané una medalla de plata en los Juegos Sudamericanos de 2021. Durante casi cuatro años y medio, he competido en carreras de calle que organizan en el Trópico de Cochabamba para ganar dinero con ayuda de Nemia, comenta. Como todo niño en mi país, yo quería ser futbolista. Jugaba de lateral izquierdo en equipos de la Federación y me hacían correr por toda la cancha, porque tenía mucha resistencia. Luego sufrí un desgarro en el muslo que me impidió continuar; gracias a eso llegué al atletismo.

Su cuerpo desde entonces es una creación continua, un movimiento que orbita entre las potencias, los límites, las relaciones con otros y el tiempo. Garibay nació en la localidad de Totoral el 9 julio de 1988, allí vivió con sus padres hasta que todos se mudaron a Oruro para que él pudiera graduarse de mécanico industrial. Cuando trabajas en una empresa privada tienes que respetar horarios de entrada y salida, yo no tenía tiempo para ir a entrenar, recuerda. Por eso, como prueba de que a veces hay que tener una sola idea y no hacerse preguntas, decidió comprar un taxi particular.

En el taxi es muy poco lo que gano. Una buena jornada equivale más o menos a 50 bolivianos (124 pesos mexicanos). Cuando tengo tiempos libres o no estoy muy cansado, salgo un poco a manejar para traer algo de dinero a mi casa.

En un día común y corriente, Garibay se levanta a las cinco o seis de la mañana, come algo al vuelo para que su estómago lo digiera y a las siete ya está en la calle. Una hora y 20 minutos de trote sobre la colina y vuelve a casa a tomar un descanso. A las seis de la tarde está repuesto para el siguiente turno. Es su trabajo de toda la semana. Y es que cuando el campeón fija algo en su mente queda tallado en piedra, como lograr una medalla en los Juegos Olímpicos de París 2024, hecho que sería inédito para la historia de su país.

Primero tengo que recuperarme, porque vienen los Panamericanos. Tal vez buscaremos correr un medio maratón para tener un poco de velocidad, explica y se queda en silencio por un rato. Si yo fuera un felino, dice, no pararía hasta capturar a mi presa. Eso para él es el atletismo: una forma de desafiar los límites y a ese universo aparte que es el cuerpo humano. Mientras algunos corren para colgarse medallas en el cuello, el boliviano lo hace para sentir que algo valió la pena.

Después de triunfar en México y llevarse un premio acumulado de un millón 100 mil pesos (550 mil por victoria y otro tanto por el récord), una multitudinaria caravana lo recibió en las calles principales de Oruro entre banderas y honores institucionales. Un digno orureño representando a toda Bolivia, se leía en uno de los carteles. Hace dos años el equipo de futbol en mi ciudad (San José) tuvo que descender de la Liga profesional. Nos habíamos quedado sin nada, por eso llevarles esta alegría deportiva repone un poquito nuestra tristeza.

 

Fuente: La Jornada

Foto: La Jornada

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