Me gusta pasear entre las filas de electrodomésticos semimutilados de origen dudoso, como tótems abandonados y rescatados –tal vez de la posibilidad de convertirse en chatarra–, aunque tendrán un tiempo de vida y uso corto. Los muebles de la entrada tienen un precio poco accesible, además, hay que atravesar todas esas mesas enormes, anticuadas e incomodísimas de vidrio o de madera para llegar a los discos.
En un local de acetatos ubicado en la proximidad de un tianguis, las posibilidades de llegar antes de que se lleven lo mejor tienden a ser limitadas. Sin embargo, ver discos y más discos aparentemente arrumbados y no revisados entre los libros del primer piso, me hace volver al lugar. El verdadero reto a la esperanza es encontrar algo para llevarse a casa después de llenarse los dedos de polvo, lo que no pasa en la mayoría de las ocasiones. De lo que recuerdo, sólo logré llevarme un simple de ZZ Top, Just Got Paid/La Grange, rojo de 45 revoluciones mexicano, con el sello London en la parte superior en letras blancas. La Grange fue un gran éxito radial en 1973, compuesta por el barbudo Billy Gibbons, sobre un prostíbulo en un pueblo tejano.
Volver o no
Hay dos opciones una vez que uno encuentra lo que estaba buscando: la primera es regresar al lugar con mayor periodicidad para llevarse más discos; la otra es abandonar el sitio por un tiempo. Yo elegí la última. Cuando le mencioné a un amigo la música religiosa, cansina y solemne que tocan constantemente en el local, me explicó que la selección musical no es una casualidad, sino que el puesto forma parte de una cadena de bazares de una asociación cristiana dedicada a la rehabilitación de adicciones a las drogas.
¡Ah, protestantes!
, me tira el viejo sentado en un sillón de felpa roja, y entiendo que se refiere a la rama del catolicismo surgida en el siglo XVI, pero en realidad de lo que estamos hablando es del precio de un disco aparentemente firmado por el guitarrista, cantante y compositor argentino Atahualpa Yupanqui, editado en 1971 por el sello Le Chant du Monde y titulado Basta ya. Abandono el puesto, indignado y exaltado por el diálogo. Esa sensación me dura después de llegar a casa y buscar en Internet la firma de Atahualpa, confirmando que es parecida a la que tiene el disco que acabo de dejar, con esa A recubierta por un triángulo con que el autor de Los ejes de mi carreta, El arriero y Le tengo rabia al silencio estampaba su autógrafo. Un mes después vuelvo; el disco sigue ahí. Lo tomo y subo al primer piso; agarro un par más de vinilos entre las pilas de ofertas y logro llevármelo por una fracción del precio que me quería cobrar el viejo del sillón, luego de acusarme de luterano.
Exiliado de Argentina en 1949 por su filiación al Partido Comunista, Atahualpa Yupanqui estuvo en Uruguay y partió a París en 1950, donde la icónica cantante Edith Piaf jugaría un papel fundamental en la difusión de su música, organizando un espectáculo en el que se presentaron los dos, con sus nombres ocupando el mismo espacio en el afiche, en el majestuoso Théâtre de l’Athénée. Podría decirse que Yupanqui fue pionero en el exilio forzado a tierras francesas: en los años 70 la cantidad de habitantes sudamericanos en Francia ascendería a más de 20 mil.
Piaf, popularmente conocida como El gorrión de París, también fue la conexión para que Atahualpa editara sus Long Plays a través del sello discográfico Le Chant du Monde (El canto del mundo), fundado en 1938 por Léon Moussinac, quien desarrolló su gusto por editar música etnográfica luego de la Segunda Guerra Mundial. Los términos utilizados para designar a la música no europea ni gringa siempre han sido ingratos; contienen la pretensión de abarcar el planeta entero, y sin embargo, nunca pierden de vista las ideologías relacionadas con la dominación. De todas maneras, Le Chant du Monde no sólo se dedicó a la mal llamada World Music, también editó música clásica, jazz gitano y a músicos estadunidenses que fascinaron a la juventud francesa desde su aparición: Jerry Lee Lewis, Chuck Berry y Gene Vincent, entre otros. Atahualpa también estuvo en México, y sus actuaciones se cuentan como ejemplos de la presencia de la música folclórica, encarnada en fiestas conocidas como peñas; además, fue ampliamente editado en LP por los sellos RCA y Odeón.
Años después de su exilio, Atahualpa contó públicamente la historia de las torturas que recibió en su detención: Estuve varios años sin poder trabajar en Argentina. Me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrada. Buscaban deshacerme la mano poniendo sobre ella una máquina de escribir y saltando encima, pero no se percataron de un detalle: me dañaron la mano derecha y yo para tocar la guitarra soy zurdo. Todavía hoy, a varios años de aquel hecho, hay tonos como el Sí menor que me cuesta hacer
. Atahualpa regresó a Argentina y su desafiliación del Partido Comunista le valió un homenaje público del gobierno peronista; volvería a Francia numerosas veces –de allí era su esposa– y fallecería en ese país, en Nimes, en 1992, a los 84 años.
Junto con los discos, recibo un volante del bazar con información sobre los centros de rehabilitación y la recepción de donativos. Es el mismo que en 2011 mostró la madre de un paciente cuando denunció en un noticiero televisivo la desaparición de su hijo de la institución Reto a la Esperanza: “Estas fueron las palabras que me dijo: ‘Amá, aquí nada más nos tienen trabaje y trabaje; nos están dice y dice de cosas, y creo que quieren que me vaya’”.
Luego de su reaparición, el joven aclara, en los comentarios del video de archivo, que su ida de la institución fue voluntaria, pero no las condiciones: Me subieron en una camioneta para que nadie me viera, me echaron mi maleta que ellos mismos te alistan para que nadie de los internos te vea; te alejan como un kilómetro de la casa para después dejarte ahí y ya tú solo tienes que buscarle cómo regresar a casa
.
La experiencia deja con una nueva enseñanza: Hazte del disco, sin importar de quién
.
Fuente: La Jornada
Foto: La Jornada