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Bostezos en la abadía, así como abucheos y detenciones en las calles, durante la coronación de Carlos III

Por órdenes del rey, a Camila, la nueva reina, se le quitó el mote de consorte.

Con su eterna mirada de niño asustado, hoy convertido en un viejo de 74 años que a escondidas se come las uñas, con más cara de plebeyo que de monarca, Carlos III del Reino Unido se convirtió ayer en un dios al servicio de su pueblo al ser ungido con aceites sagrados, traídos directamente desde Jerusalén y que en esta ocasión, aseguraron, no se extrajeron de las glándulas de ningún pequeño mamífero, como en ocasiones anteriores.

Fue el único momento que miles de personas que siguieron por televisión la ceremonia de coronación no pudieron observar a detalle porque, dicen, es el rito crucial de toda la parafernalia, no apto para ojos de simples mortales, por lo que se colocaron mamparas para ocultar cuando el obispo de Canterbury, Justin Welby, embadurnó a Carlos con una mezcla de extractos de sésamo, rosa, jazmín, canela, neroli (aceite de flores de naranjo), benjuí y azahar.

También fue muy estricto el manejo de cámaras de la BBC, el principal medio que compartió el hecho con televisoras de todo el mundo y que, según reportaron colegas británicos, tenía instrucciones precisas del Palacio de Buckingham acerca de qué no enfocar en sus tomas.

Sin embargo, de vez en vez algo se les escapó, como los bostezos del pequeño Luis de Gales, nieto del rey; o en las filas traseras, las caras de hartazgo del príncipe Andrés (hermano del monarca) y de Enrique, el hijo menor de Carlos y Diana. A Andrés, que fue abucheado por el público en las afueras de Buckingham, se le permitió usar una capa de la caja de disfraces, mientras Enrique iba de paisano. El mensaje fue claro: te pueden acusar de ser un depredador sexual, pero no te atrevas a casarte con una mujer negra y derramar los frijoles en tu autobiografía, fue el ácido comentario en las crónicas del diario The Guardian.

Minutos antes del inicio de la ceremonia, para tratar de apaciguar los ánimos, fueron detenidos los líderes antimonárquicos que convocaron a unas 2 mil personas para protestar en Trafalgar Square. Una pertinaz lluvia desanimó a otros tantos entre las multitudes que pernoctaron para presenciar los desfiles, por lo que la bulla del público se vio un poco desangelada bajo impermeables y paraguas.

Tropiezo de caballo

Sólo quedaron en las calles los entusiastas de la realeza, esos que colaboraron para que la llamada operación Orbe Dorado fuera casi perfecta, excepto por un caballo en la procesión hacia la abadía de Westminster que, asustado, se encabritó hacia atrás entre la gente, aunque nadie resultó herido.

Los comentaristas televisivos desde Londres estimaron que la derrama económica alcanzará 8 mil millones de libras. Así que poco importan los desaires de los influyentes músicos británicos de Rolling Stones o de sir Paul McCartney, quienes declinaron participar en el concierto que se realizará este domingo en el Castillo de Windsor. El ex Beatle apenas dedicó un escueto mensaje en su cuenta de Twitter: Disfruta este día tan especial en la historia de nuestro país: Paul, acompañado de una foto donde aparece con Carlos III en otra actividad.

En el festejo de hoy sólo participará una banda del país, Take That, y los estadunidenses Katy Perry, Lionel Richie, así como el tenor italiano, Andrea Bocelli, entre otras celebridades que, según informaron los organizadores, de manera presencial o a través de un video, enviarán sus parabienes al rey, por ejemplo Tom Cruise y el oso Winnie the Pooh (no se sabe si también declinó participar el muy británico osito Paddington).

En general, la ceremonia de coronación cumplió con creces, dijeron expertos, más allá de lo morboso que fue ver sufrir al rey durante los minutos que tuvo sobre su cabeza la corona de dos kilos, cuajada de gemas producto de la opresión colonial, o cuando su heredero, Guillermo, en lugar de besar su mano le plantó el picorete en la mejilla, mientras la reina Camila (a quien por instrucciones de su esposo se le quitó el mote consorte) estuvo todo el tiempo como pez en el agua, exultante de felicidad, con toda su parentela (hermana, hijos y nietos) sentados en los mejores lugares.

Por cierto, en la antiquísma silla de coronación, el oro hace tiempo que se desgastó y se observaron grafitis, entre ellos un mensaje que dice P Abbott durmió en esta silla 5-6 de julio de 1800.

Unos de los principales objetivos de quienes manejan tras bambalinas los hilos de esta añeja monarquía se cumplió a cabalidad: reavivar el sentido de comunidad, apuntalar la imagen de una nación diversa y tolerante, pues entre los 2 mil 300 invitados, además de 100 jefes de Estado, estuvieron por vez primera representantes de las tradiciones budista, hindú, judía, musulmana y sij, a la par de un coro de gospel que interpretó el Aleluya e integrantes del clero femenino.

El prefacio del juramento de coronación que el rey Carlos III leyó, no sin tragar saliva de vez en vez, indica que la Iglesia de Inglaterra (de la que también es el líder moral) buscará fomentar un ambiente donde las personas de todas las religiones y creencias puedan vivir libremente, y así lo reafirmó la epístola de la Biblia del Rey Jaime que fue leída por el primer ministro Rishi Sunak, el primer líder del Reino Unido de origen hindú. Ese es el otro peso que tiene ahora Carlos sobre sus hombros: trabajar para de verdad construir una nación multicultural.

Fuente: La Jornada

Foto: La Jornada

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